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21 jul 2010

DENTRO DEL CARACOL por María Elena Garay

De los cuentos leídos últimamente, me gustó mucho y me llevó a la reflexión : “Hoy temprano” de Pedro Mairal (Bs. As. 1970), contenido en un libro de cuentos homónimo. Comienza narrando un niño, acurrucado en la luneta de atrás de un Peugeot 404, un viaje gozoso a la casa de campo. Por él sabemos que también van sus padres y sus hermanos Miguel y Vicki. Más adelante el viaje sigue pero él ya ha crecido, va en otro auto.
Viajero a través del tiempo, las circunstancias cambian (su edad, la compañía, el auto, la música) pero el objetivo del viaje es llegar a la casa. No quiero contar el final pero fiel a la estructura del relato no es difícil deducir que el que está finalmente por llegar en una 4 por 4 es un hombre mayor. La casa como objeto de deseo, de ilusión, meta. El viaje, la vida misma. Si en el final de la vida está la muerte ¿qué casa encontrará el protagonista? Hay objetivos que se logran con trabajo, tesón, voluntad. Hay deseos antinaturales, falaces desde su construcción, absurdos como querer contener todo el mar entre las manos.

Cientos de cuentos, novelas, canciones tienen como protagonista a la casa. Se me ocurre el tango “Caserón de Tejas” (de Cátulo Castilo y Sebastián Piana): “... te acordás hermana/ de las tibias noches sobre la vereda…”. O “La casita de mis viejos” (de Enrique Cadícamo y J.C.Cobián) : “Vuelvo vencido a la casita de mis viejos/ cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria…”. En estos tangos la casa es un bien perdido, un anillo enterrado en un desierto de arena; se anhela y se llora lo que se disipó: las vivencias en esa casa, generalmente la niñez y la felicidad. Al final de una vida de fracasos, sólo quedan los recuerdos de momentos felices, objetivados en la casa. Alejada del concepto de casa como espacio/tiempo perdido, me pregunto qué significa hoy para mí. Pienso que es nuestra propia e inmaterial interioridad.
Lo que somos, lo que pensamos, nuestras miserias y virtudes más recónditas tienen un correlato con la casa. La casa como MI casa que es la propia y diferente de la misma en que viven otras personas. Es la materialización de la propia conciencia. Y sobre todo del inconciente. Sueño muchas veces con la mía, en la que aparecen nuevos ambientes, generalmente atrayentes que descubro con placer. Jardines o explanadas, rincones que recorro con una sensación de aventura, de avidez. Tal vez, una mirada sicoanalítica del sueño diga que todavía puedo o al menos tengo la intención de acometer empresas nuevas, proyectos, planes. Y casi siempre descubro algo real en la casa real: una planta florecida, un libro que hacía tiempo no leía, olvidado. Pero también tengo males sueños, defectos y la cuota individual de manías, a qué negar: ahí están las rajaduras, la pintura que se desprende, el hollín, el polvo. (Acaso no cayó la Casa Usher de Edgar Allan Poe por el oscuro espíritu de su dueño?)

Mi casa soy yo y viceversa. Cuando necesito soledad, introspección, cobijo, intimidad, en ella me quedo. Salir de mí es generalmente ir hacia afuera, cerrar la puerta, olvidarla pero sabiendo que puedo volver. Creo que la locura se parece mucho a perder la llave, al desahucio. Definitivamente intuyo que el exilio forzoso es una forma de muerte. Mi casa de la niñez ya no es mi casa. Existe, la visito, vive mi madre. La casa ahora es ella. No sé precisar el momento en que mudé. La dejé al casarme; al llegar a la nueva sentí que aún seguía perteneciendo a la que dejé. En algún momento mi mente hizo el tránsito, y fui una rama de un árbol desprendida y adherida a la tierra con vida nueva. Un árbol distinto y único. Y los recuerdos, los juegos, los llantos, las vivencias de la niñez ya son recuerdos de recuerdos es decir, puro presente. Pertenecen al hoy, a mí y a esta casa.

Me pregunto cuándo la abandonaré, si tengo la fortuna de hacerlo por propia voluntad (existen los abandonos tan temidos: ser sacada por no poder quedarme yo misma). En ese caso, me prepararé para que la otra, chica, grande, pobre, lejos, etc. coincida conmigo. Así como cuando el hombre dejó de ser nomade y se hizo sedentario construyó sus casas con una orientación de acuerdo a su cosmogonía, yo construiré/transformaré la mía a medida que yo me transforme. Es más, me habré mudado porque quiero otra forma de vida, más liviana, más aireada, quizá sin el peso de tantos objetos acumulados que si en su momento fueron entrañables ahora son tumores muertos, vestigios en los que ni siquiera reparo. Seguramente llevaré mis libros, laten en mí. He visitado hoteles confortables, lujosos, nunca acogedores. Son extraños, en ellos no está nuestro olor, nuestras íntimas cosas. Añoro y disfruto viajar, conocer el mundo, siempre con el boleto de vuelta junto con las pastillas más indispensables.
La hipertensión es como mi casa, ambas me requieren.
Tal vez el criado Firs de “El jardín de los cerezos” de Antón Chéjov (1860-1904) sintió lo mismo ante la venta de la propiedad en la que crecieron esclavos él, su padre y su abuelo. Ante el desbande de los dueños a futuros diferentes, permanece encerrado en ese jardín maravilloso: dorada prisión, pero su casa hasta el final.

En mi espacio de Cuentos de María Elena Garay, he subido un cuento titulado "Estás en un pozo" que guarda relación con este artículo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo!!!!!
Y qué sucede cuando la casa que es uno está construída con ladrillos prestados de otras casas, otras viviendas (del verbo Vivir)más grandes que la cobijaron y cobijan aun?


Y otra pregunta tal vez menos interesante, ¿hay casas hipotecadas?

Me encantó!

Abrazos tamaño casa

Piel de lechuza dijo...

La casa tiene ladrillos,adobe , rocas de cuevas cobijadoras. Te diría que hasta parte de la hojita de Eva!Todos sumaron.
Una casa hipotecada, es una jaula de monos.
Gracias!! Besos

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Me gusta la nueva casa y me parece fantàstico tener otro blog como El baùl del rincòn para consultar

Besos, besos y màs besos